Comer Afuera

Oporto Almacen

Érase un caluroso domingo de marzo cuando -siguiendo sendas recomendaciones de la gente de Buena Morfa Social Club, un grupo cerrado de puertas abiertas del que participamos en el submundo de Facebook- nos decidimos a extender nuestro dominio gastronómico al barrio de Nuñez y nos fuimos de almuerzo a Oporto Almacen.

Para definirlo, una sola palabra se queda corta. Mucho más adecuado resulta hablar de un mashup entre un restó, una roticería y una vinoteca, conviviendo en armonía en un ambiente que desde lo estético sorprende, ya que mucho dista del concepto de almacen tradicional.
La esquina de 11 de Septiembre e Irlanda en la que se ubica parece salida de una ciudad Europea (Ohh Porto!).

Los azulejos -blancos, impolutos- se extienden infinitos de piso a techo y de adentro hacia afuera, cubriéndolo todo.

Los detalles en negro (los zócalos, las juntas, los marcos, los toldos) combinan con el nombre que se erige desde lo alto con sobriedad y elegancia. El verde natural que se asoma desde la terraza acompaña el monocromo con una insolencia casi adolescente. Ese Horacio Gallo sí que sabe lo que hace.

Sepan disculpar la licencia que voy a tomarme para compartir con ustedes un recuerdo: Durante mis días de secundaria, salía del colegio alrededor del mediodía y caminaba unas cuantas cuadras hasta mi casa, donde mi mamá o mi abuela me esperaban religiosamente con el almuerzo ya listo. Un poco antes de llegar, pasaba por delante de una rotisería chiquita, de esas de barrio, que con una pizarra en forma de casita plantada en medio de la vereda anunciaba a los cuatro vientos su plato del día: milanesa a la napolitana o a caballo con papas fritas, matambre con ensalada rusa, arroz con albóndigas o ravioles con tuco, entre otros oldies but goldies. No se imaginan el calvario que resultaban esos últimos pasos después de exponer mis sentidos a ese perfume tan típico de mediodía, esperando que en mi casa la comida coincidiera con el plato plasmado en tiza en ese pizarrón pedorro. Como todo en la vida, a veces tenía suerte y otras no tanto, pero qué felicidad más inmensa cuando, después de haber olfateado una milanesa de rotisería, podía sentarme frente a la mía propia, hecha por las manos de mi vieja.

Ese juego casi ritual que jugaba conmigo misma cada día es un recuerdo que conservo con extremo cariño. Leer la carta Oporto y su oferta de clásicos porteños deluxe (muchos de ellos de raíces importadas, claro está) me llevó directo a esos mediodías sanjusteños cuando, después de engullir mi almuerzo (los adolescentes más que comer, engullen) me pegaba el faltazo a gimnasia a contraturno y me dormía una siesta hasta bien entrada la tarde. Sigo sin encontrar, por mucho que pasen los años, una mejor forma de hacer la digestión que esa. ¡Quien pudiera!













La función empezó, como es habitual, cuando llegaron los pancitos a la mesa, junto a un paté de gustito dulzón.

Para ir alegrando nuestro espíritu, Ale se pidió una Patagonia Bohemian Pilsener y yo un Spritz Oporto (Aperol, espumante & jugo de naranja). Del apartado de bebidas nos tentó la Limonada con jengibre y salvia, refrescante elixir que también sumamos al pedido.

Pasemos ahora a las entradas. Pedimos tres, porque lo que abunda no daña: Morcilla con salsa criolla y papas rejilla, Jamón horneado en oporto, y unas Papas Dauphine que fueron lo que primero explotó de sabor en nuestra boca. Las fetas de jamón finamente cortadas llegaron enrolladas en una bandejita de losa. Castañas de cajú y pasas de uvas se escondían pícaras entre sus pliegues, sorprendiendo con su textura. Las morcillitas -por su parte- vinieron sueltas de piel, custodiadas por un huevo mollet cuyo corazón de oro líquido se derramó, apenas tocado por el tenedor, sobre todo el plato. Las papas rejillas estaban bien crocantes (como debe ser), y la salsa criolla resultó el complemento ideal a todo eso que estaba pasando. Ni que hablar que los restos de la entrada que quedaron al final del plato (yema, criolla, pequeños fragmentos de papas rejilla) acabaron montados sobre los pancitos que con sabiduría nos guardamos del arranque. Placer culposo, si los hay.

Seguimos con los principales: Ale se pidió la Milanesa de Lomo con spaghettini a la manteca y queso pecorino, y yo decanté por una Ensalada de Langostinos apanados, hojas verdes, arándanos, almendras, dijón y miel.
Mi ensalada traía un buen balance entre volumen de hojas verdes y cantidad de langostinos (gorditos y divinos), algo que no siempre sucede con este tipo de platos. Si bien armar un bocado completo resultaba un tanto complicado (los quiero ver a ustedes montando sobre los langos y los verdes los arandanitos y las almendras tan difíciles de pescar con el tenedor), bien valía la pena el esfuerzo. Las milas de Ale (2) estaban doradas y perfectas. Los spaghettinis se llevaban todos los aplausos: extra mantecosos y recargados de queso por encima, cumpliendo con creces la promesa que hacían al paladar ya desde el menú. Acompañamos la comida con una copa de Nicasia Red Blend (90% Malbec – 6% Cabernet Sauvignon – 4% Petit Verdot) de Bodegas Catena Zapata, cuyo sabor intenso a frutos rojos nos resultó amablemente conocido, luego de degustarlo en sendos almuerzos de domingo en familia.

Finalmente, los postres. Empezamos leyendo, una por una, todas las opciones: mousse de choco, flan mixto, frutas frescas en almíbar, copa de vainillas, choco y merengue, queso y dulce, duraznos en almíbar, helados… y la degustación. ¿A qué no se imaginan qué elegimos? Obvio que -por afano- ganó la degustación. No hay chance que no elijamos la degustación cada vez. Y no sólo porque esta modalidad nos permite probar un poquito de todo lo rico de la oferta de postres (en la variedad está la diversión), si no porque además vienen en ese formato petit que es un primor. Cuatro postrecitos llegaron en fila india: 1) una Mousse de Chocolate deliciosa, toppeada con crema batida y chocolate rallado, 2) un vasito con Frutas Frescas semi-sumergidas en un almíbar de licor de banana y acompañadas por una granita de lemon grass, 3) un mini Flan Mixto que era una ternura de ver, y 4) dos cuadraditos de Queso y Dulce (uno con batata y otro con membrillo), que me hicieron muy feliz porque es mi postre más prefe del mundo entero (en la heladera de casa nunca falta un tupper con Manzoni de batata y el noble Cremón).

To sum up: Vayan ustedes también y almuercen rico en Oporto. Comida simple y de sabores auténticos, de esos que uno suele conservar con cariño en el fragmento de memoria gustativa que se conecta directo con el corazón.

11 de Septiembre 4152 (Nuñez)
4701-7434
Abierto de Martes a Domingo, de 12 a 24hs.
Oporto Almacen en Guía Óleo
Oporto Almacen en TripAdvisor

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