-Oi, bem-vindo! Tudo bem? -La mulata que nos recibió en la entrada de Donna nos regaló una amplia sonrisa de ortodoncia.
-Você tem reserva? -preguntó.
-Não tem -dije. Me gusta el portugués. Es un idioma amable, como el italiano. Aunque no sepa hablarlo, siento que puedo darme maña. Supongo que con Cris -así dijo la mulata que se llamaba- logré hacerme entender, porque enseguida nos explicó que la noche venía tranquila y que podíamos quedarnos igual. Ojalá supiera hablar más idiomas. El inglés no siempre es tan útil como le vendieron a mi mamá cuando yo era chica.
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Viajes
A Erika Valecillos Spinetti la conocimos una noche de junio en Colonia, en la esquina de Manuel Lobo y Alberto Méndez. Tenía una belleza muy a lo Sophia Loren: labios gruesos, cabello rojo y ondulado, y unos profundos ojos verdes. Fumaba un cigarrillo con parsimonia. Cuando nos vio acercarnos, la nube de pensamientos que la mantenía abstraída se esfumó.
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¿Has estado alguna vez en Estambul?
Esa es la pregunta que Baris y Pinar te hacen desde su “¿Quiénes somos?” antes de presentarte la propuesta de Istanbul Gourmet: “Somos el único restaurante turco en Colonia del Sacramento (…) ¡No necesitás ir lejos para estar en Estambul!”. La idea nos encantó. ¡Al fin una opción diferente en Colonia!
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Ana Cufré es arquitecta y pastelera. Mauricio Baffa es interiorista. Crecieron en Luján, pero a finales del 2014 se fueron a Colonia del Sacramento a trabajar. Cautivados por la dinámica slow motion de la ciudad, pegaron un volantazo y decidieron quedarse a vivir. “Es como estar en los ochenta, todo mucho más tranquilo y seguro” nos cuenta Ana desde la barra. “Apostamos a una vida distinta. Sabemos que resignamos mucho, pero ganamos otras cosas muy valiosas”.
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Por esas cosas maravillosas que tiene la vida, nos invitaron a participar de una actividad a bordo del Costa Fascinosa, uno de los barcos más lindos y elegantes que la empresa italiana Costa Cruceros tiene entre su flota. El itinerario incluía una recorrida por el interior de la nave, unos aperitivos en la popa y una cena en el Ristorante Otto e Mezzo, ubicado en el puente 3. Obviamente RSVPeamos que sí. ¿Cómo perdernos la oportunidad de subir a un crucero, nosotros que nunca antes lo habíamos hecho?
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Medio kilo de camarones preparados de 4 formas diferentes: con aceite y ajo, al vapor, fritos y a la milanesa. Dos albóndigas de carne de cangrejo. Tres filetes de pescado a la milanesa, cubiertos con salsa de camarón. Como si todo esto fuera poco, agreguen dos guarniciones: una bandeja con arroz y otra con papas fritas. A eso se le llama la Sequência de Camarão (secuencia del camarón) y es uno de los platos típicos de Florianópolis que probamos durante nuestro paso por el Restaurante Pescador Lobo, en Praia do Forte.
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Una de las particularidades de nuestra rutina de viaje es la forma en que los desayunos se desligan de su condición de “una de las cuatro comidas” para transformarse en algo mucho más especial, casi como un lugar en sí mismo. Porque es exactamente ahí donde empieza el disfrute de cada día, mientras llenamos el mapa de la ciudad de turno con círculos y signos de exclamación, ultimando los detalles necesarios para vivir las aventuras que tanto soñamos en los meses previos. Es cuando disponemos de todas nuestras energías al tope y decidimos exactamente en qué cosas vamos a gastarlas, mientras nos dejamos seducir por las notas tostadas de un café recién molido, maridando el momento con alguna joyita de hojaldre crujiente, crema pastelera y almíbar casero, o una buena rodaja de pan con cantidades generosas de manteca y mermelada.
Si bien con el correr del tiempo y de los viajes aprendimos la importancia de que nuestro hospedaje tenga incluido un buen desayuno (Hotel Miss Sophie’s en Praga), alguna que otra mañana preferimos arrancar la jornada más temprano de lo habitual y disfrutar de este ritual fuera del hostel, ya sea en un afuera con solcito y vistas maravillosas (Café Rivoire en Florencia), en una pintoresca casa de té de estilo inglés (Greenwoods en Amsterdam), de parados y al paso como buenos gordos que somos (Stadsbakker Jongejans en Amsterdam), o tomándonos todo el tiempo del mundo en una cafetería clásica (Café Sperl en Viena). Hay tantos lugares que queremos compartirles que mejor vamos a ir por partes.
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Las olas y el viento, sucundum-sucundum
y el frío del mar, shalalala-lalalaaa…
Después de haber veraneado en ellas durante 21 años consecutivos, no me quedan dudas que las playas en las que se debe haber inspirado el “Nono” Pugliese cuando compuso Tiritando eran 100% las de la costa argentina. Ninguna de esas características aplican para La Mansa, la playa uruguaya que nos tocó conocer este año durante nuestras vacaciones de verano: ni olas, ni viento, ni mar frío que nos haga tiritar. Por el contrario, la temperatura del agua -si bien no era caribeña- fue perfecta para propiciar mi reencuentro con el mar después de más de 15 años de no sumergirme como es debido. Se imaginarán que para hijito fue todo un fiestón disponer de una pileta tamaño infinito donde mojar las patitas y cargar el baldecito quichicientas veces, en un constante ir y venir del agua a la sombrilla, donde su padre (ahora más arquitecto que nunca) armaba complejísimas estructuras de arena, un poco para divertimento del pequeño y otro poco para él.
Tanto nos hablaron de lo caro que estaba todo por allá, que nos fuimos cargados hasta la manija de insumos básicos que nos evitaran incurrir en gastos innecesarios, más aún cuando las góndolas de los supermercados hacían gala de infinidad de productos importados (esos que acá no se ven hace rato) en los que sí daban ganas de patinarse los morlacos tan preciados.
A la hora de comer afuera, primaron los antojos de media tarde (Churros Manolo, Medialunas Calentitas, King Sao, Gelatería Arlecchino) y los almuerzos de presupuesto moderado (Crêpas y Chivitería Marcos), que bien nos ayudaron a salir de la rutina de los fideos con salsa lista, el arroz con atún y choclo y los sanguchitos playeros de jamón y queso, algunos de los clásicos infaltables de toda vacación gasolera que se precie de tal.
Inauguramos entonces nuestro recorrido gastronómico por tierras esteñas, todavía sacando la arena que nos quedó metida en las zapatillas! (Hacía mucho que no hacíamos playa…)
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