Una de las particularidades de nuestra rutina de viaje es la forma en que los desayunos se desligan de su condición de “una de las cuatro comidas” para transformarse en algo mucho más especial, casi como un lugar en sí mismo. Porque es exactamente ahí donde empieza el disfrute de cada día, mientras llenamos el mapa de la ciudad de turno con círculos y signos de exclamación, ultimando los detalles necesarios para vivir las aventuras que tanto soñamos en los meses previos. Es cuando disponemos de todas nuestras energías al tope y decidimos exactamente en qué cosas vamos a gastarlas, mientras nos dejamos seducir por las notas tostadas de un café recién molido, maridando el momento con alguna joyita de hojaldre crujiente, crema pastelera y almíbar casero, o una buena rodaja de pan con cantidades generosas de manteca y mermelada.
Si bien con el correr del tiempo y de los viajes aprendimos la importancia de que nuestro hospedaje tenga incluido un buen desayuno (Hotel Miss Sophie’s en Praga), alguna que otra mañana preferimos arrancar la jornada más temprano de lo habitual y disfrutar de este ritual fuera del hostel, ya sea en un afuera con solcito y vistas maravillosas (Café Rivoire en Florencia), en una pintoresca casa de té de estilo inglés (Greenwoods en Amsterdam), de parados y al paso como buenos gordos que somos (Stadsbakker Jongejans en Amsterdam), o tomándonos todo el tiempo del mundo en una cafetería clásica (Café Sperl en Viena). Hay tantos lugares que queremos compartirles que mejor vamos a ir por partes.
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